Cuando nos personamos encomisaría la mañana en que había que ganar o perder la apuesta, Antoñete y yo llevábamos más de treinta horas sin dormir. Nos habíamos atiborrado de café y habíamos pasado la última noche dándole vueltas a las pruebas, a los testimonios, poniendo en común nuestras notas. Y, la verdad sea dicha, aún no teníamos nada demasiado claro.
-Hombre, si es el Hercules Pierrot de La Caleta- dijo el agente Peláez con una sonrisa llena de dientes al vernos entrar en su despacho-. Y el inseparable Doctor Cazón. ¡Qué alegría verles!
-Buenos
días, Peláez- dije sombríamente, haciendo caso omiso de las chanzas. Había
apostado llevado por mi orgullo y confiando en mis capacidades deductivas y
ahora, llegado el momento, no tenía nada que respaldase mi corazonada del
asesinato. Me había ganado las burlas de sobra. Aún quedaba esperar que la
providencia me echase un último cable-. Aquí estamos.
-¿Y bien?-
atacó Peláez- ¿Quién mató al muerto, Sherlock?- risillas de los presentes.
-He de
decir que tras el estudio de las pruebas- me aventuré por la única línea que
tenía clara-, Catalino Andrade murió ahogado en gazpacho.
-Jejeje-
respondió Peláez-. Eso ya lo sabemos. No ha habido autopsia, pero uno de los
médicos ha atestiguado que murió ahogado, dada la disposición del cadáver.
Ahogado en
unos escasos centímetros de gazpacho, pensé, muerte improbable pero
posible.
-Puede que-
continué- el señor Andrade tuviera un amago de infarto, o un ictus, o algo
parecío, y acabase con la cabeza dentro del taper, ahogándose irremibi…
irresimi… imerrisible… ¡vaya, que no pudo evitarlo!- más risillas; estábamos
siendo humillados-.
-Muy listo,
muy listo pero ¿quién tuvo la culpa?- dijo con sorna Peláez.
-Esteee,
pues verá, el caso es que Lorenzo el atleta tuvo la oportunidad, podría haberle
golpeado o forzado…pero no tenía móvil ninguno, ni motivos para matar a la víctima.
Las guapas madrileñas tenían motivo, porque estaban hasta las narices de que el
Catalino las bordeara sin parar, pero no tuvieron oportunidad ni me las imagino
yo matando a nadie. La Jessy y su novio Luiti tenían una de las motivaciones
más clásicas en casos como estos: el amor imposibilitado por el padre, pero
parece que habían llegado a reconciliarse con la víctima. Tripi, el rockero,
estaba enfadado porque veía en el muerto un obstáculo de cara a su camino al
estrellato, pero estaba tan borracho la noche de autos que habría sido incapaz
ni de coger una coñeta aunque la hubiese tenido ante sus narices- dije con el
desánimo de un comparsista que no ha pasado a la semifinal del Falla.
-¿Y esas
pruebas que usted y su “ayudante” se llevaron de la escena del “crimen”?-
preguntó irónico el agente mirándonos de reojo, como queriendo hurgar con el
dedo en la proverbial llaga.
-Pues me temo que las
pruebas que recabamos en la escena no arrojan datos de interés. Mi buen amigo
Antoñete ha dictaminado que el trozo de pescado que el finado tenía en su
regazo era, sin duda alguna, cazón en adobo normal del de toda la vida, sin
rastro de ningún veneno ni nada extraño. La piedra era una piedra normal y no
fue usada para golpearle porque no tiene rastros de sangre ni nada parecido. El
rastrillo es un rastrillo normal y salvo hacer tropezar al testigo que
descubrió el cadáver no tiene nada de especial.
-El gazpacho tampoco
estaba envenenado-añadió Antoñete mirando al suelo.
-Cierto, el gazpacho no
estaba envenenado tampoco- repetí yo desanimado-, y los interrogatorios, como
ya le decía antes… en fin. El tipo, al parecer, era lo que podríamos denominar
un sieso, así que todos tenían motivos para odiarlo en mayor o menor medida,
pero nadie parece poder ser culpable. Quien tuvo oportunidad no tenía móvil,
quien aparentemente tenía móvil no tuvo oportunidad, y si alguien tuvo ambas
cosas no tuvo arma del crimen ni motivación clara.
-Claaaro, claaaro, o
sea, que ninguna pista dice nada, no hay ningún indicio ni ninguna prueba que
concrete nada, ¿no, Señor “Detective”?- entrecomilló Peláez con los dedos.
-Pues tiene usté razón,
me parece- dije avergonzado como un niño con malas notas.
-O sea- continuó el
agente Peláez con tono satisfecho- que usté ha fracasado. Como siempre.
Sentí cómo se me
encendía una luz en pleno cerebelo.
-Como siempre… como
siempre- esas palabras se repetían en mi cabeza, como un popurrí cansino- como
siempre…¡espere, ya lo tengo!
-¿Y ahora qué?- Peláez
se puso tenso.
-¡Tenía yo razón! ¡Ha sido un asesinato! ¡Y ahora mismo le
explicaré el quién y el cómo!- sonreí triunfal ante la sorpresa de todos. Y he
de reconocer que el primer sorprendido fui yo mismo
Waaa... no me dejeís así!!
ResponderEliminar