Siéntanse libres de comentar, especular o teorizar acerca de la resolución del caso o de la belleza y/o pericia de sus autores intelectuales.

domingo, 26 de agosto de 2012

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 15 (y último) la solución del caso del asesinato caletero



            -Usted ha dicho como siempre. Y esa, avinagrado amigo, es la clave de todo. La costumbre, Peláez, la costumbre. Esa es la pista del puzle que más se ha resistido- sonreía como no lo había hecho en años, dando vueltas por el despacho. Incluso Antoñete parecía haber crecido unos milímetros-. Me explico. Catalino Andrade había pasado la noche del Carranza fuera de casa, como siempre; su mujer se había ido a dormir a casa de su hermana, como siempre. Lorenzo, el corredor, pasó por la orilla de la playa a la hora de siempre… como siempre; las marías bingueras, los sobrevivientes de la borrachera de la noche anterior. Todo estaba donde siempre y como siempre. Esto nos conduce a pensar que quien cometió el crimen conocía a la perfección la rutina del Catavino. El asesinato que estamos resolviendo se ha fraguado durante años de observación.
            -¿Y decidieron matarlo la mañana después del Carranza, to lleno de testigos?
            -No importaban los testigos. Quien lo hizo creía haber borrado todas sus huellas. Lo único que tenía de especial aquella mañana era que en el lugar del crimen estaban todas las piezas en su sitio. Y ahí entra la rutina, Peláez. Piluca y Sonsoles, las turistas de las grandes… melaninas. Son de Madrid, dirá usted, no encajan en la rutina. Depende, le respondo yo. Las dos turistas llevaban varios días poniéndose en el mismo sitio de la playa. Quien mató a Catalino, para colmo, sabía que iban a estar allí al menos un día más- Antoñete dio un respingo, pues ya estaba atando cabos-. Así que tenía que ser esa mañana, pues necesitaba la distracción de las dos chicas para justificar que el Catalino estuviera todo el tiempo embobado mirando al frente porque, he aquí la clave, estaba muriéndose desde la madrugada, poco después de sentarse a dormir la mona- hubo un sonido de sobrecogimiento general-. Estuvo paralizado desde que le drogaran por la noche, cerca del amanecer. Una droga paralizante que lo mantuvo despierto pero completamente inmóvil hasta que Lorenzo, sin querer, pisó el rastrillo que el asesino había dejado allí como parte del plan. Tropezó y lo empujó accidentalmente. Catalino metió la cabeza en el gazpacho. Incapaz de moverse se ahogó en el poco tiempo que el corredor tardó en regresar. Menos de dos minutos. ¿Qué tipo de droga podían haberle dado? La respuesta es sencilla: pescado. Concretamente fugu. Pez globo; un pescado japonés que, de no ser preparado correctamente provoca parálisis durante horas hasta llevar a la muerte. Pero no querían matarlo con el fugu, querían que sufriese. Antoñete dictaminó que el cazón que encontramos en la escena no tenía nada de particular, pero… a veces un detective tiene que mirar no sólo las pistas que están en la escena, sino también las que no están. ¿Un trozo de pescado sobre la barriga del muerto? ¿Dónde estaba el resto del pescado, o el recipiente del mismo? Catalino fue agasajado con un papelón (o un taper) de cazón en adobo donde, mezclado con el bienmesabe, había trozos de fugu envenenado. Uno de los trozos normales de pescado quedó oculto en uno de los pliegues de su prominente barriga cuando se limpiaron las huellas del crimen. ¿Y quién pudo hacerlo? Alguien, claro está, que tenía acceso al fugu porque, por ejemplo, trabajara en un restaurante japonés; alguien que le odiaba profundamente. Estoy seguro de que si lo comprueba, una de las marías bingueras trabaja en un japonés, la que lleva como mote La China, concretamente. La única miembra de la asociación que no estaba el día del crimen ni ha aparecido más en nuestras indagaciones. Porque, Peláez, las marías, las seis, son las asesinas de Catalino Andrade. ¡Seis! Todos mencionaban que eran seis, pero en la escena solo había cinco. La China no estaba allí. Aquí, en Cai, tol que tiene los ojos rasgaos pensamos que es chino, así que adiviné que le decían La China porque trabajaba en un japonés. Vi en la foto que Antoñete bajó del interné de las seis miembras fundadoras de la asociación que La China lucía un tatuaje con forma de letra china… o japonesa. C.E.M.C.A., el nombre de la asociación, bien podrían ser las siglas de Club de Enemigas Mortales de Catalino Andrade, porque, rebuscando rebuscando, estoy seguro de que todas ellas tienen motivos más que fundados para matarle, al menos desde el punto de vista de una mente criminal. Despechadas, avergonzadas en público… cada vez que el Catavino metía la pata el odio se alimentaba y crecía. Además consideraban que le daba mala vida a su mujer, así que se erigieron en justicieras y se dispusieron a ejecutar el Crimen Perfecto. Tenían motivo, tenían el arma y tuvieron oportunidad, puesto que veían constantemente en el vecindario o en la playa y sabían qué pasos debían dar para garantizarse la impunidad. Sabían que en verano nadie iba a investigar la muerte aparentemente accidental de un mindundi y que el único que aparecería sería usted, que querría cerrar el caso con cualquier excusa. La China puso el arma y, en un excelente trabajo en equipo, dieron muerte, entre todas, a Catalino Andrade.
            -Todo eso te lo has inventado cuando he dicho como siempre, así que no…
        -No, Peláez. Todo eso es la verdad. No espero que una mente como la suya, tan poco… europea… lo asimile a la primera de cambio. Pero haga una autopsia a Catalino Andrade, llame a testificar a las miembras del C.E.M.C.A., compruebe lo que le he dicho. Estoy seguro de que estas señoras han visto muchos capítulos de la serie de Ángela Lasbury, pero me apuesto mi gorra del Cádiz a que se derrumban en cuanto se les señale como culpables. No es lo mismo idear un crimen que cometerlo y, Peláez, no es lo mismo tener la autoridad para cerrar un caso que, de hecho, ser capaz de resolverlo- y así, muy teatralmente, me giré hacia la puerta dejándolo con la boca abierta, como una mojarrita fuera del agua-. Ya tiene mi dirección. Estaré esperando sus noticias sobre eso de ser colaborador externo de la policía. Vamos, Antoñete, tenemos mucho que celebrar.
            Y salimos a la calle donde una nueva mañana se derramaba sobre Cádiz, quizá cargada de nuevos casos que pusieran a prueba mi astucia. Sonreí.
            -Antoñete- dije-. La ciudad nos necesita. Manténgase ojo al parche. 

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 14 - En la comisaría


Cuando nos personamos encomisaría la mañana en que había que ganar o perder la apuesta, Antoñete y yo llevábamos más de treinta horas sin dormir. Nos habíamos atiborrado de café y habíamos pasado la última noche dándole vueltas a las pruebas, a los testimonios, poniendo en común nuestras notas. Y, la verdad sea dicha, aún no teníamos nada demasiado claro.
       -Hombre, si es el Hercules Pierrot de La Caleta- dijo el agente Peláez con una sonrisa llena de dientes al vernos entrar en su despacho-. Y el inseparable Doctor Cazón. ¡Qué alegría verles!



            -Buenos días, Peláez- dije sombríamente, haciendo caso omiso de las chanzas. Había apostado llevado por mi orgullo y confiando en mis capacidades deductivas y ahora, llegado el momento, no tenía nada que respaldase mi corazonada del asesinato. Me había ganado las burlas de sobra. Aún quedaba esperar que la providencia me echase un último cable-. Aquí estamos.
            -¿Y bien?- atacó Peláez- ¿Quién mató al muerto, Sherlock?- risillas de los presentes.
            -He de decir que tras el estudio de las pruebas- me aventuré por la única línea que tenía clara-, Catalino Andrade murió ahogado en gazpacho.
            -Jejeje- respondió Peláez-. Eso ya lo sabemos. No ha habido autopsia, pero uno de los médicos ha atestiguado que murió ahogado, dada la disposición del cadáver.
            Ahogado en unos escasos centímetros de gazpacho, pensé, muerte improbable pero posible. 
            -Puede que- continué- el señor Andrade tuviera un amago de infarto, o un ictus, o algo parecío, y acabase con la cabeza dentro del taper, ahogándose irremibi… irresimi… imerrisible… ¡vaya, que no pudo evitarlo!- más risillas; estábamos siendo humillados-.
            -Muy listo, muy listo pero ¿quién tuvo la culpa?- dijo con sorna Peláez.
            -Esteee, pues verá, el caso es que Lorenzo el atleta tuvo la oportunidad, podría haberle golpeado o forzado…pero no tenía móvil ninguno, ni motivos para matar a la víctima. Las guapas madrileñas tenían motivo, porque estaban hasta las narices de que el Catalino las bordeara sin parar, pero no tuvieron oportunidad ni me las imagino yo matando a nadie. La Jessy y su novio Luiti tenían una de las motivaciones más clásicas en casos como estos: el amor imposibilitado por el padre, pero parece que habían llegado a reconciliarse con la víctima. Tripi, el rockero, estaba enfadado porque veía en el muerto un obstáculo de cara a su camino al estrellato, pero estaba tan borracho la noche de autos que habría sido incapaz ni de coger una coñeta aunque la hubiese tenido ante sus narices- dije con el desánimo de un comparsista que no ha pasado a la semifinal del Falla.
            -¿Y esas pruebas que usted y su “ayudante” se llevaron de la escena del “crimen”?- preguntó irónico el agente mirándonos de reojo, como queriendo hurgar con el dedo en la proverbial llaga.
-Pues me temo que las pruebas que recabamos en la escena no arrojan datos de interés. Mi buen amigo Antoñete ha dictaminado que el trozo de pescado que el finado tenía en su regazo era, sin duda alguna, cazón en adobo normal del de toda la vida, sin rastro de ningún veneno ni nada extraño. La piedra era una piedra normal y no fue usada para golpearle porque no tiene rastros de sangre ni nada parecido. El rastrillo es un rastrillo normal y salvo hacer tropezar al testigo que descubrió el cadáver no tiene nada de especial.
-El gazpacho tampoco estaba envenenado-añadió Antoñete mirando al suelo.
-Cierto, el gazpacho no estaba envenenado tampoco- repetí yo desanimado-, y los interrogatorios, como ya le decía antes… en fin. El tipo, al parecer, era lo que podríamos denominar un sieso, así que todos tenían motivos para odiarlo en mayor o menor medida, pero nadie parece poder ser culpable. Quien tuvo oportunidad no tenía móvil, quien aparentemente tenía móvil no tuvo oportunidad, y si alguien tuvo ambas cosas no tuvo arma del crimen ni motivación clara.
-Claaaro, claaaro, o sea, que ninguna pista dice nada, no hay ningún indicio ni ninguna prueba que concrete nada, ¿no, Señor “Detective”?- entrecomilló Peláez con los dedos.
-Pues tiene usté razón, me parece- dije avergonzado como un niño con malas notas.
-O sea- continuó el agente Peláez con tono satisfecho- que usté ha fracasado. Como siempre.
Sentí cómo se me encendía una luz en pleno cerebelo.
-Como siempre… como siempre- esas palabras se repetían en mi cabeza, como un popurrí cansino- como siempre…¡espere, ya lo tengo!
-¿Y ahora qué?- Peláez se puso tenso.
-¡Tenía yo razón! ¡Ha sido un asesinato! ¡Y ahora mismo le explicaré el quién y el cómo!- sonreí triunfal ante la sorpresa de todos. Y he de reconocer que el primer sorprendido fui yo mismo

Pescao Frito Un Crimen - Capítulo 13 - Interrogatorio a las marías caleteras


-Aquí estamos, Antoñete, de nuevo en la Caleta, a ver si las marías de la Asociación del barrio saben algo… ¿Antoñete? ¿No me oye?- dije al ver que no reaccionaba.          
-Uy, perdone, que estoy con los cascos escuchando musiquilla y se me ha ido el santo al cielo. Sí, entrevistar a las marías del barrio, ya estamos llegando, tomo nota de todo lo que digan.
            -Eso, Antoñete, no se me distraiga ahora, que falta poco para resolver el caso- dije mientras nos acercábamos al grupo de mujeres-. Señoras, soy Chano, detective Gaditano, y vengo a hacerles unas preguntas referentes al crimen que ya saben.
         Las mujeres, que estaban jugando al bingo rodeadas de algunos niños empezaron inmediatamente a hablar sin necesidad de que les hiciese pregunta alguna: 




-Uy, sí, el asesinato, qué cosa más rara, con lo tranquilita que es esta playa. ¡Borja, como te ajogues te mato! ¡Las dos horas de la digestión!
 -Aro, pero nunca se sabe cuándo puede pasá algo raro en verdá, y cualquiera sabe quién habrá hesho, con to los majarone que tiene que habé por ahí. ¡Niña, pásame el cocacola lai! Joé, na má que me falta un numerito pa hacé línea.
 -Y que en verdá el Catavino le caía malamente a tó el mundo, que  era un esaborío y un sieso. Ira, iba al mismo bar tó los sábado, pedía pescaito frito y, cuando se lo traían, siempre le echaba la bulla al camarero. ¿Qué esto es pescao frito? ¿Pescao frito? ¡Pescao frito un crimen!, disía. Siempre iguá, pa echarlo, y la mujé con la cara colorá.
  -Bueno, señoras, pero háganme caso, que el método es el método- dije tratando de reconducir la situación para poder preguntar algo.
  -Uy sí, perdone, señor detertive, qué mala educación ¿Quiere usté algo de comé? Tenemos aquí en los tapergüé tortillita de patatas, cazoncito en adobo, filete empanáo, menudo, piriñaca y papas aliñás- enumeró desplegando diversos tapers como si de naipes se tratase-; de postrecito tenemos melón. Y de bebé na más que cocacola lai, que hay que guardá la línea.
  -No, muchas gracias, no sería correcto interrogarlas con la boca llena- rechacé-. Así que pensaban que era un sieso y que su mujer no se lo merecía, ¿no?

            -Po sí- respondió una de ellas al tiempo que a voz en grito se volvía hacia el agua-. ¡Pepi! ¡Que no le haga ajogailla a tu hermana!- volvió a mí-. A vé, un tío como ese, que le tiraba a los palomo, que era un pejiguera, tor día de mala leche… a la hija le hasía la vida imposible también. Que no la dejaba de viví. Y la mujé… ¡una santa!
            -Pero santa- intervino otra-. Que lo quería, joé, por mucho que fuera un shufla. ¡Borja! ¡Te vi a tirá desde aquí con la chancla y va a llorá pero con rasón! Mire, detertive, yo los conozco a los do de to la vida y sé lo que me digo. Que él tenía un pronto mu suyo.
            -Y tanto, yo me acuerdo en la comunión de mi Raulito, la que lió, que no dejó títere con cabesa. Que se pasó con er rioja y nos puso la cara colorá a tos, y a la mujé la primera.
            -Iguá que en to los saraos- dijo otra poniéndole la mano en el hombro a la que había hablado, para tranquilizarla-. Me acuerdo yo de una boda que también dejó en ridículo a tol mundo.
            -Pero vamo, que yo estoy con el pulisía, detertive. Que no sé yo mu bien a qué viene hablá de crimene. Nosotra llegamo mu tempranito y no vimo na raro.
            -Dice que llegaron temprano. ¿Catalino ya estaba aquí o llegó después?

          -Estaba ya ahí- intervino otra-. Lo que pasa es que cuando había barbacoa de Carranza el gachón empalmaba, er muy tajarina. Como tenía que cogé sitio pa la familia…
           -Y pa vé las gachí en cuero, vaya- dijo otra-. Se pasaba la noche de cachondeo y cuando ya no podía má colocaba la sombrilla y la mesita y dormía la mona hasta por la mañanita.
            -Vamo, que le pudo da un coma elítico de eso por la noche y quearse ahí.
          -Ya. Claro- dije-. Bueno, han sido de gran ayuda. Antoñete, aquí hemos terminado, vamos a casa. Ya se han acabado los sospechosos.
            -Vaya con Dió- nos dijeron mientras nos alejábamos-. Cogé por la sombrita.
            -Diario de Chano- dije, y Antoñete cogió raudo la libreta-. Las bingueras parecen tan culpables como el resto de los sospechosos. Es decir, motivos tenían, como todos, pero tampoco demasiados. Oír a esas cinco mujeres hablando a la vez me ha recordao a los corifeos griegos.
            -¿Corifeo que é lo que é, jefe?
            -Usted a escribir y a callar. Ahora vamos a tomar un cafelito que esta va a ser una noche larga atando cabos y repasando pruebas. Mañana es nuestra cita con Peláez. La suerte está echada.